Empiezo esta cuarta entrega sobre el libro de Joas con la sensación de que han quedado muchas cosas en el tintero. Por otro lado, es inevitable reiterar ciertos conceptos o posturas del autor.
Uno de los capítulos más interesante de ¿Por qué la Iglesia? lleva por título también una pregunta: “¿Necesita el ser humano religión?”. En las notas anteriores ya adelanté parte de la respuesta de nuestro autor: sí, el hombre necesita religión, el ser humano es esencialmente religioso. Ahora bien, ¿qué significa exactamente eso?
Por lo pronto, está claro que aquí no se puede ser tajante. Hay algunos hombres que no son religiosos y que parecen no necesitar religión. De hecho, Joas tiene muy en cuenta a los ateos y a los agnósticos que tienen una gran sensibilidad para las cuestiones culturales y un profundo sentido de la humanidad (los tiefe Atheisten), al tiempo que reconoce que hay personas con una religiosidad muy superficial y provinciana (oberflächliche Gläubigen).
Por eso, creo que no podemos decir que ser humano necesita religión del mismo modo que necesita aire o agua para vivir.
La clave para responder adecuadamente la pregunta del capítulo que estamos analizando está en un concepto que no es de Joas, pero que él lo pone en el centro del debate: la autotrascendencia (en alemán, Selbsttranszendenz).
La autotrascendencia es uno de los rasgos definitorios del ser humano: es la necesidad inherente que tienen cada cual de ir más allá de su yo a fin de afirmarlo. Por paradójico que suene, el hombre solo se afirma si trasciende las estrechas fronteras de su ego. En otras palabras, cuanto más nos entregamos a un ideal comunitario, histórico, etc., tanto más nos afianzamos en tanto individuos. En palabras del autor, es:
“el ser arrancado de los límites del propio yo, el ser capturado por algo que está más allá de mi ser.”
Ahora bien, está claro que hay muchas maneras de buscar la autotrascendencia que no son necesariamente religiosas. El trabajo o la familia son formas de ir más allá de nosotros mismos y de sentirnos “tomados” por algo externo y mayor (obviamente, cuando tanto el primero como la segunda no son alienantes, lo que no es un supuesto menor).
A este punto, lo que dice Joas es que la religión es una forma especialmente relevante de buscar la trascendencia de uno mismo. ¿Por qué? Porque la religión consiste –y esto nos remite una vez más a la cuestión de la esencia de la religión– en tres esferas: la moral, la creencia y el ritual.
Moral: toda religión, incluso las más “tribales”, nos obligan a hacer algo bueno por el otro, a trascender los límites de nuestro yo egoísta, a ser altruistas.
Creencia: toda religión nos hace sentir parte de un plan cósmico que nos excede y, a la vez, nos abarca en el espacio y en el tiempo, nos lleva a percibirnos como “absolutamente dependientes” de una fuerza divina.
Ritual: toda religión nos exhorta a practicar una serie de ritos (la oración, la liturgia, la meditación, el ayuno, etc.) que física y psicológicamente nos sitúan en un estado de comunión con los otros o de éxtasis, en el sentido originario de la palabra, el ex-stasis, el “estar fuera de uno mismo”.
Acá aparece un aspecto importante en la discusión con el ateísmo o el agnosticismo que señalaba al comienzo. Lo digo porque un ateo o un agnóstico pueden adherir sinceramente a una moral universalista y no por motivos religiosos, sino por puro humanismo; igualmente, pueden haber reemplazado la visión del mundo religiosa por una visión del mundo filosófica o naturalista. Lo que en principio para Joas nadie puede abandonar es el ritual, por simple que este fuera.
¿Qué es un ritual? Hay acciones que son simples medios para un fin. Si tengo sed y voy a buscarme un vaso de agua, esa acción es llanamente instrumental: medio para un fin (apagar la sed). Pero hay otras acciones que no se hacen simplemente por un fin determinado y externo, sino porque son valiosas en sí mismas. Los rituales son maneras de relacionarnos con ámbitos que consideramos sagrados.
Para Joas, decir que hay hombres sin sentido de lo sagrado (o de lo sacro, lo santo, etc., como opuesto a lo profano, lo mundano, etc.) es más o menos como decir que hay seres humanos sin sentido del tiempo.
Cierro por hoy con esta observación: el gran desafío del antropólogo de la religión o del sociólogo de la religión es sacar a la luz los rituales que los ateos y los agnósticos tienen y que practican en función de sus concepciones (por lo general muy veladas) de lo sagrado.